En el fuego del deseo los dados están cargados y las cartas marcadas…
Francoise Dolto
Tiempo soy entre dos eternidades
Antes de mí y luego de mí, la eternidad.
El fuego: sombra sola entre dos claridades.
Carlos Pellicer
Los ruiseñores cautivos
solo cantaban en la noche
Para crearles eterna oscuridad
les quemaban los ojos
El origen del mundo es de ceniza
Cuando no puedo cantar
recuerdo el fuego
Eduardo Langagne
Así pasaron los meses. Cada día una chispa de fuego, las semanas un zarzal ardiente. Lenguas líquidas me salpicaban, me salivaban a lo largo de las venas. Saliendo de casa, vacilaba como un borracho: ardía, atizado por el sol, y me creía inmortal.
Gesualdo Bufalino
Me hubiera gustado decirles que mi cuaderno era más útil que ellos, pero entonces habrían sabido que escribo y ya no estaría a salvo.
Alessandra Luiselli
INVENCIBLE, EXTRAORDINARIO Y PODEROSO Tlacaélel, ayúdame; Aquiauhtzin de Ayapanco-Amecameca, antiguo cantor de los dioses y el erotismo, atiéndeme y dame sin tardanza tu auxilio y favor; Chimalpopoca, ruega por mí; Escuela Nacional Preparatoria Uno, en el viejo edificio de San Ildefonso, abre mis labios y anunciaré tu alabanza; bella y encerrada Sor Juana Inés intercede por mí; Benito Juárez, desde tu carroza negra y austera ruega por mí; Francisco I. Madero, ruega por mí; Popocatépetl e Ixtlaccíhuatl, protéjanme con sus cumbres deslumbradoras; Castillo de Chapultepec, ten misericordia de mí; Emiliano Zapata, ruega por mí; José Clemente Orozco, despierta; Diego Rivera, dáme tu fuerza e ironía; Octavio Paz, ayúdame; Lázaro Cárdenas, dáme la mano; Tongolele, mueve tus caderas y vibra con violencia para que me aleje de especulaciones que todo lo complican; granizada de verano sobre el Palacio de Bellas Artes, arrástrame lejos; río atronador bajo las bóvedas del Chontacoatlán y el San Jerónimo, llévenme más lejos aún; noche de piedra en Cacahuamilpa, cúbreme…
¿ME OYES, PAPA? ¿Estás despierto? Acabo de llegar, fui a dejar a Tatiana. ¿Me oyes? Hubieras ido con nosotros, fuimos a Xochimilco y compré una orquídea. ¿Me estás escuchando? Los aztecas no concebían una fiesta sin flores. Fuimos con ese muchacho que vive en la calle Temístocles, el que tiene un ojo de vidrio, en su coche, y de regreso manejé yo, porque bebimos pulque y a él se le subió. No me gusta el pulque ¿sabes? Es pegajoso, dulce y pesado, por no decir que parece esperma. ¿Crees que exagero? Tú tampoco bebes pulque ¿verdad? En fin, estábamos sentados muy tiesos arriba de una chinampa, o creo que chinampas son nada más esas balsas de caña cubiertas de tierra, algas y flores cuyo olor no logra resaltar, bueno, pero estábamos en una trajinera, creo que les dicen trajineras, o chalupas, o como les digan, Tatiana y yo tomados de la mano, y una banda de mariachis acompañándonos durante buena parte del paseo, y a Temístocles se le salió el ojo. Hubieras oído el aullido que se aventó, hasta se encimó al falsete de los músicos. Siempre he querido poder gritar así, me gustaría realmente, un día lo voy a conseguir, ya verás. Pero Temístocles traía un ojo de reserva, y le dijo algo a Tatiana que la hizo reír, y yo escribí en el fondo de una cajita de cerillos que si ella quería ser mi novia, y cuando empezamos a fumar le extendí la cajita y ella leyó la pregunta y sonrió para mí, y me miró también con complicidad, y hasta con una muequita giocondesca, lo que interpreté como un SI displiscente, enorme y prometedor. Sí. ¿Me oyes? Aparte de esto lo único que me gustó fue la abundancia de flores. Las bugambilias se enredan en los postes del teléfono y corren por los cables. El agua era espesa y nega, casi lodo, y había muchos niños semidesnudos y panzones en el mercado, un perro muerto, y zopilotes sentados en las ramas más altas de los árboles. Temístocles siempre carga dos ojos de reserva en una bolsita de terciopelo. Y se podían ver los volcanes. ¿Hace cuánto tiempo que el Popocatépetl ya no echa humo? ¿Tú estabas en el volcán? ¿Fueron al Popocatépetl o al Ixtla? ¿Cuándo me vas a llevar al cráter? Y los limosneros se acercaban cada vez que parábamos el coche, tan desvalidos como amenazadores. O más bien conminatorios, pero ajenos a nosotros. Una viejita vendía orquídeas. Hubieras visto que colores más extraordinarios, casi extraterrestres. No pude resistirlas y compré una para Tatiana. Los tres veníamos en el asiento delantero y de vez en cuando Temístocles le acariciaba las piernas a Tatiana sin importarle nada que yo estuviera manejando, y por evitarlo, la segunda o tercera vez, de regreso, atropellamos a una serpiente, es decir, la atropellé, pero fue sin querer, y todo el camino nos siguieron los zopilotes, pesados, negros, malévolos y como apáticos. Afuera deben todavía estar esperándome, estoy seguro, si es que no hay uno posado en la cabecera de mi cama. ¿Me oyes? Es como si tuvieran serpientes como señaladores de caminos. Y Temístocles dijo que eran animales que estaban del lado de Dios. Tatiana se molestó por eso. Y yo dije que me hubiera gustado más un Dios del lado de Adán y Eva. ¿Me entiendes? Dios del lado de las serpientes ¿Tú qué crees? Y ¿fuíste al volcán? ¿Cómo te fue en tu excursión?
¿Deveras no te habías dado cuenta de que Temístocles usa un ojo de vidrio?
En el periódico se lee que Fidel Castro prometió liberar a 1,197 sobrevivientes del asalto a Bahía de Cochinos a cambio de una indemnización consistente en 500 tractores. Las fuerzas del gobierno cubano derrotaron a los invasores en una batalla que duró 72 horas. Aparece la fotografía de tres jefes de la fallida invasión que lograron escapar y regresar a Miami.
Al final del primer capítulo de mi novela en proyecto, si es que la divido en capítulos o jornadas o partes, o quizás en una nota de pie de página, debo pasar lista en el salón de clases. Predominarán los nombres de doble sentido. Seleccionar entre:
Tulio Vergara
Hugo Vélez Ovando
Kommo Tehiede
José Boquitas de la Corona
Bartolomé Topene
Tanyecto Mokito
Guillermo Costecho
Tomás de la Veiga Fuerte
Lola Meráz
Michaira Sakkudas
Martín Cholano
Agapito Melórquez
Yotago Tuy Jito
Etcétera.
Tatiana rompe mis cartas de amor en pequeños pedazos. Los atraviesa con un cordón y se los cuelga como collar antes de bajar a la fiesta. Bailo con ella, respiro sobre los pedazos de papel. Los reconozco. Ni siquiera he tenido que mirarlos con atención. Me detengo.
¿Y si yo fuera un cabrón, un reverendo hijo de la chingada?
Liberalia: fiesta de la liberación. Nada se prohibe.
De Puebla, mi padre me trae un volante que le dieron el domingo. Es una lista de 146 catedráticos liberales de la Universidad “que por apoyar a los que retienen ese centro de cultura, se han declarado comunistas o filocomunistas”. También se exhorta al público a no comprar el diario La Opinión, y a abstenerse de publicar anuncios en él “porque es posible mercenario comunista que ha puesto sus columnas al servicio de los rojos”.
Fui como se puede ser en la juventud; hay un momento en la juventud en que todo es posible, en que todo es poco dada la inmensidad de nuestra vida.
Adolfo Bioy Casáres: Clave para un amor
Miro a Tatiana y le digo:
--Estoy desperdiciando los mejores años de tu vida…
Cito a Tatiana en la esquina de Herodoto y Ejército Nacional, junto a la tienda de mi madre. Se retrasa. Entro en la tienda y advierto:
--Si vienen a buscarme avisen que estoy en el departamento…
Voy al departamento y están los viejitos húngaros que hospeda mi madre. Hago diversas llamadas telefónicas, pero sobre todo espero a Tatiana, que no llega.
Regreso a la tienda, recorriendo las paradas de autobuses, mirando a un lado y otro de las calles. En la tienda la vendedora me dice que la vio, que la llamó por su nombre e incluso que se preparaba a describirle el camino al departamento cuando ella dijo:
--Ya sé por dónde ir, señora, muchas gracias…
--Y también conocía el número de teléfono, joven, deveras…
Corrí de nuevo al departamento. A mi madre le extrañó mucho.
--¿No la encontraste? Acaba de estar aquí…
Los viejitos me miraban con asombro.
--¿Cuántos años tiene? –preguntó la anciana, refiriéndose a mi amiga.
--Trece –mentí…
--Ah…, --rechinó--, si tuviera quince ya estaría buena…
Tengo miedo y vuelvo a correr hasta la tienda, pensando que los viejitos húngaros son unos asesinos y la han capturado. Quizás Tatiana estaba encerrada en el clóset y oyó nuestro diálogo. Pero no ha vuelto a la tienda, y la vendedora y un muchacho repiten cuidadosamente todo lo que supuestamente le dijeron y lo que ella respondió. Desesperado, vuelvo otra vez al departamento y la busco en el clóset, casi histérico y bañado en sudor, pero no está. Entonces tomo un taxi y le pido que me lleve a su casa y la encuentro mirando televisión muy quitada de la pena. Se pone contenta cuando le cuento que tenía miedo de los viejitos. Ay, esa sonrisa maravillosa de Tatiana…
Recordar: la pared en el cuarto de la tía de Tatiana cubierta con imágenes de los 365 santos del año.
Me cuenta Francisco Tario que la mordedura de los Niños (especie de grillos voladoras con diminutas manos casi humanas) es tan atrozmente ponzoñosa que ningún medicamento conocido puede salvar de la muerte a su víctima. Y agregó:
--Solamente con la cura de los violines se obtienen buenos resultados…
Se trata de hacer sonar un violín dulce y generosamente, tantas horas como sean necesarias a la cabecera del moribundo. Al parecer ésta música debe ser tierna, insignificante y sin prisas.
Himeneo meo, dijo el gato Miau…
Piedad para nosotros que combatimos siempre en las fronteras
de lo ilimitado y del porvenir,
piedad para nuestros errores y nuestros pecados.
Apollinaire
Durante el Siglo XIX era muy popular la creencia de que las personas podían, súbitamente y sin razón, estallar en llamas y consumirse en ellas. Aunque los científicos por lo general consideran que esta es una idea absurda, había y todavía hay interés en el tema de la combustión humana espontánea.
Varios autores han aludido o descrito el fenómeno en sus obras. En La vida en el Mississippi, Mark Twain escribió: “Jimmy Finn no se quemó en el calabozo, sino que murió de muerte natural en un recipiente para el cuero, a causa de una combinación de delirium tremens y combustión espontánea. Cuando digo muerte natural es porque esta es una manera natural para que Jimmy Finn muriera”.
Herman Melville también eslabonó al borracho y la combustión espontánea en su novela Redburn. Melville describe a un marinero borracho que estalla en llamas. Mientras el resto de la tripulación observa “dos hilos de llamas verdes, como una lengua bifurcada que salta entre los labios, y en un instante el rostro cadavérico se cubrió de infinidad de llamas que parecían gusanos… El cuerpo descubierto se quemó ante nosotros, tal como un tiburón fosforescente en el mar de la media noche”.
El Rey salomón era un sabio y poseía 700 mujeres y 300 concubinas.
Yo sería sabio con menos.
Probable episodio para la novela:
En casa de Tatiana, Sofocles (no Sófocles) trata de componer el tocadiscos cuando llega el señor Medallas rebosante de hijos que corretean, gritan y tropiezan con los bulbos desperdigados por el suelo…
--¡Escuincles del demonio, get out! –grita Sofocles…
Pronto los llevan a la calle y el padre de Tatiana los acomoda en la amplia cajuela de la nueva camioneta. Sofocles ayuda a la tía polaca a caminar, casi la carga para subirla al interior del vehículo. Suben doña Esther, el señor Medallas, Sofocles, el padre de Tatiana y Tatiana, que con estremecimientos notables se sienta sobre las piernas de Sofocles. Nadie protesta e inician la marcha. Los niños gritan en la parte de atrás, riendo, y la tía polaca recita:
--Creo en Dios Padre, creador de todas las cosas, visibles e invisibles, y en Jesucristo, su único hijo, y en el Espíritu Santo, que del Hijo y del Padre procede, que con el Padre y el Hijo es glorificado…
Sofocles va adelante, junto a la ventanilla. Tatiana se reacomoda sobre sus piernas, pregunta si pesa y él dice que no, pero no tarda en mojársele el pantalón a la altura de la bragueta. Se lo dice a ella muy quedo y ella ríe con franqueza…
Cuando llegan al lugar de la fiesta, Sofocles se esfuma durante más de una hora para aparecer después, con ropa nueva y los cabellos revueltos. Tatiana corre hacia él, trastabillea con el lenguaje:
--¿Dónde estabas? Me dejas aquí, abandonada a mi suerte. Casi te aborrezco. Un escuincle se agarró de mi falda y me la ensució, fue odioso, mira nada más, qué sangrón. Me preocupaba horrores que no vinieras y luego hasta llegué a pensar que te había pasado algo…
--Déjame hablar ¿no?
--Sí, pero es que fíjate, chíngale y de repente no estabas…
--¿Me aborreces?
--No.
--Pero acabas de decir que me aborreces…
--Sí, pero no. Lo que te pregunto es que dónde estabas, qué te pasó…
Sofocles condescendiente se lo dice todo.
--Nada más se peinó y se vino –comenta alguien.
Sofocles pasa una mano por su cabeza alisando los cabellos hacia adelante.
El padre de Tatiana lo mira con malicia.
--Caray, ya ni la amuela, nomás se fue al salón de belleza y pegó la carrera pa´ca…
Sofocles se restriega los ojos sucios de polvo.
Explicó con cinismo que durante el viaje eyaculó porque llevaba a Tatiana sobre las piernas, que se ensució el pantalón y la trusa. No traía pañuelo y buscó el baño, pero estaba ocupado. Entonces se escabulló en busca de una cantina o una fonda, y ya en la calle (se atrevió a contar), cruzó frente a una casa grande y lujosa, recién construída, y vio a dos sirvientas y las oyó decir:
--En serio, no los espero sino hasta mañana por la noche…
Se encaminó resueltamente hacia ellas.
--¿No están mis tíos? –preguntó.
--¿Y usted quién es? –increpó una de las sirvientas.
--Eso iba a preguntarle a usted –respondió Sofocles--. ¿Desde cuándo trabaja aquí?
--Pos hará cosa como de dos meses. ¿Y eso qué tiene que ver?
--Necesito entrar y pasar al baño. Soy sobrino de sus patrones.
--Entonces ya debería saber que no están. Se van los sábados y los domingos a Valle de Bravo. Regresan hasta bien tarde…
--Sí, ya sé. Pero eso no quita que sean mis tíos…
--Ya déjalo pasar, tú … --intervino la otra.
--Con su permiso…
--Pos ahi como usté quiera, joven –y la primera dejó pasar a Sofocles que no se intimidó ni durante un momento y subió automáticamente por las primeras escaleras que encontró.
--Pos ahi te lo haya… --alcanzó a oír.
Encontró bastante decorosas las recámaras y tuvo la suerte, además, de hallar ropa casi de su medida. Arrojó el pantalón y la trusa malolientes en un cesto de mimbre y se bañó. Terminaba de vestirse cuando el timbre y después el sonido de la puerta al abrirse, lo sobresaltaron. Oyó cómo un hombre preguntaba por los dueños de la casa, y cómo una de las criadas, la que le había franqueado el paso, respondió que no estaban, como era su costumbre, pero que podía hablar con su sobrino…
--¿Felipín? –curioseó el hombre.
La otra sirvienta dijo que no sabía cómo se llamaba, porque era nueva, y que su amiga tampoco, estaba de visita, no trabajaba allí, etcétera.
Sofocles terminó de vestirse y con sigilo caricaturesco inició el descenso de la escalera. El hombre desconocido lo descubrió.
--¡Felipín! –dijo en un espasmo, ofreciendo sus brazos abiertos--. ¿No te acuerdas de mí? –Y en cuanto pudo lo apresó de los hombros…
--No –susurró Sofocles completamente a su merced.
--Claro, cómo te ibas a acordar, si estabas muy chiquito… Soy tu padrino don Jesús, Chuchito… ¡Ah, qué Felipín! Te conozco desde que tenías dos años… ¿Te acuerdas cómo nos íbamos de pinta a Zihuatanejo para pescar y jugar tennis? ¿Eh, maldito?¡Acuérdate, acuérdate!
--¿A jugar tennis?
Y en el mismo tono entusiasta siguió diciendo cosas a las que Sofocles respondía siempre que sí, hasta que las sirvientas anunciaron que iban llegando los señores.
La que le abrió la puerta a Sofocles escapó calle abajo, y él, por su parte, aprovechó un descuido del hombre amable para soltarse, fingir caminar hacia el garage adonde estaba un caravelle remolcando una lancha con motor fuera de borda, y en realidad correr desaforadamente, correr de prisa, ay, cada vez más aprisa, puf, hasta comprobar que nadie lo seguía.
--Nomás te peinaste y te veniste –le dijeron al llegar a la fiesta.
Sofocles sonrió con su mueca Terry Thomas y se llevó una mano a la cabeza para sobar y aplastar el cabello hacia adelante con vigorosa insistencia.
Entonces Tatiana notó la ropa diferente, la camisa nueva, el pantalón desconocido, la mirada significativa, el nuevo desodorante, y pidió saber todo, cuando a él ya le brotaban las palabras ensalivadas y de una manera automática…
Atrapo varios insectos y luego los suelto: esa libertad bullente es el tiempo.
El tiempo sirve para cambiar.
LOS PERROS COMPRENSIVOS
Los dos hijos tenían hambre.
Los padres también.
Así que se los comieron y dejaron de sufrir los cuatro.
Oh, Juan, ¿Quién nos librará de la maldad de los Buenos que han encontrado una salida: la Justicia?
Lanza del Vasto
Escombro el escritorio para ponerme a escribir. Incluso me baño y me visto especialmente para la ocasión: ropa gruesa, para no sentir frío después de varias horas sentado. No sé dónde acomodar tantos papeles, folletos y diccionarios, así que los amontono equilibradamente a un lado. Mi padre debe estar escribiendo un artículo. Siempre lo oigo tecleando hasta altas horas de la madrugada. Meto una hoja en blanco en el rodillo de la máquina. Es como mirar la nieve del Popocatépetl. Me persigno envuelto por el orden impecable de la biblioteca. Es increíble, pero todavía me persigno de vez en cuando. En el montón de papeles que acabo de acumular, una página mecanografiada por mi padre llama mi atención:
Allá en el Mioplioceno, continuándose hasta el Pleistoceno, es decir, entre hace trece millones y un millón de años, nació y fue creciendo lentamente, a causa de sus erupciones contínuas, el Popocatépetl, “Montaña que humea”, o el Xitliquehuac, “El que arroja cenizas”.
Está formado por material lávico, dacita y riodacita y traquita en su mayor parte. El Pico mayor o Pico Anáhuac se localiza según carta de la Secretaría de la Defensa Nacional 14 Q-h (123), a 19° 1´ 15´´ latitud norte, y a 98° 37´ longitud oeste, y su cima alcanza 5,452 metros sobre el nivel del mar. El labio inferior del cráter registra 5,253 metros. El Pico del Fraile se localiza en el lado sur del volcán y su base está a 5,249 metros. El Ventorrillo alcanza 4,999 metros. El cráter, de forma elíptica, tiene una circunferencia de 22,867 metros, con una profundidad de 380 metros desde el Pico Mayor.
Forma parte de una cadena volcánica que corre de Norte a Sur dividiendo las cuencas de Puebla y México desde Otumba, por el Estado de Hidalgo, hasta Joanatepec, en el de Morelosl. El cono volcánico presenta pendientes de 20, 30 y, en algunas vertientes, hasta de 50 grados.
Parte de un derrame que la erosión en el curso de los siglos ha destruído, está ahora convertido en ese extraordinario roquedal llamado El Ventorrillo, con su Flecha del Aire.
Al fondo de la biblioteca gira un espejo.
De Tatiana, como de María de Magdala, en mi novela futura, los sacerdotes llegarán a extirpar siete demonios: el de la lujuria, el de la envidia, el de la vanagloria, el de la curiosidad, el de la avaricia, el del desprecio, y por último, el demonio más feo de todos, el demonio de la maledicencia…
Cuando vuelvo a casa mi padre discute con su mujer: es impresionante su disposición para la violencia verbal… Es como si cada uno se sintiera orgulloso de gritar más fuerte, y tratara de gritar más fuerte…
Después de un rato largo me enfrento con el rostro descompuesto de mi padre.
--¿Qué cosas mías has estado agarrando?
--Nada, deveras, nada. Traté de escombrar el escritorio pero no desheché nada, simplemente acomodé todo en un extremo, lo acumulé cuidando que no se maltratara ningún papel. Luego alfabeticé algunos libros. Puse en orden la sección de Ciencias Sociales –asustado.
--Pues tu madrastra –increpa--, dice que se encontró allá arriba dos cartas, y que el lunes pone el divorcio…
Por un minuto no sé qué responder. No tengo ninguna culpa. Si mi descuido hubiera sido intencional tendría razón de enojarse, pero no. Después pienso, pero nada más lo pienso, no digo nada: ¿y yo soy el culpable de tus relaciones extramaritales? ¿Y yo soy el culpable de tu manía de coleccionar recuerdos? ¿Y yo soy el culpable de que hayas conservado inclusive esas cartas? Mi hermana baja y todo se interrumpe. Todos salen precipitadamente: mi hermano, mi hermana y mi padre. Me dan ganas de ponerme a llorar. Al poco rato baja mi madrastra como ajena a todo y hasta canturreando, como si estuviera contenta…
Si pudiera comer bellotas y que me salieran por las orejas ramas de árbol. ¡Si pudiera comprar un hotel de mil habitaciones y morir en cada una!
Paddy Chayevsky
Le dicen a Tatiana que no se da a respetar, que yo soy muy mandado, que les estoy cayendo gordo. Utilizo sus mismas palabras. Que prefieren que ande con un futbolista a que ande con un intelectual por cual: ese soy yo.
--¿Un intelectual?
Pero me interrumpe. Y por si fuera poco no se le ha presentado su menstruación. Enmudecí y sin talento para dar explicaciones preferí retirarme. Fui a la escuela. Encontré a Monsiváis cargado de libros y caminamos hasta su departamento. Dice que mi proyecto de novela es muy complicado y que primero tengo que pensar en atrapar lectores, y que cuando los tenga, entonces me puedo lanzar a hacer experimentos por lo demás, completamente innecesarios.
Tatiana se porta mal. Me pidió que la buscara y a la hora que habíamos convenido no estuvo. La esperé inútilmente. Salí a comprar unas medicinas y la encontré. Eran las 8:30 y la cita había sido a las 4. Ah, pero es que salió con unos vecinos que le están enseñando a manejar moto…
--Moto es como mejor manejo –susurró, pero ella ni siquiera sonrió.
Ayer estaba guapísima. Hoy no. Se veía demasiado flaca y desgarbada, incluso mal peinada. La encuentro varias veces más, más tarde, y se porta grosera, antipática. Por fin, casi a las 10 de la noche, confiesa: faltó a la cita deliberadamente, y mañana también pensaba faltar, un poco por seguirle la corriente a su mamá, que sufre mucho porque ella sale conmigo. A medianoche nos despedimos.
--A ver cuándo nos vemos…
--¿Así? ¿A ver?
--Sí, ¿o cuándo quieres?
--¿Te parece el lunes por la noche?
--No.
--Entonces nos veremos mañana.
--Pero mañana no puedo.
--Entonces ahora. Quédate a dormir conmigo.
--¿Estás loco? No puedo.
--Sí puedes. Inventas algo.
Su madre me impone condiciones a través de ella porque no se atreve a hablarme directamente. Debo ir a la escuela, o por lo menos encontrar un trabajo. Tatiana me lo dice casi retándome. ¿Así que soy “un bueno para nada”? y cuando la visite y mientras estemos en su casa, no debo tocarle ni uno de sus dedos. Y sobre todo no debo tratar de besarla otra vez. No debo ni siquiera desearla. Realmente piensa que lo únicoo que me interesa es acostarme con ella. Y tiene razón, porque no me gusta en su papel de mujer ofendida. Tampoco me gusta su ropa, que tan malamente descompone su cuerpo, ni la manera como se maquilla. Parece que antes de salir siempre jugara luchas con un payaso. O con dos. Aludo entonces a su increíble vulgaridad, oculta hasta hoy por la exagerada vulgaridad de los que nos rodean, pero me confundo pronto, no encuentro las palabras que necesito, estoy obnubilado y casi histérico, me pierde algo así como el infierno de la fiebre, advierto que de seguir hablando puedo perderla realmente.
¿Y en verdad me importa? ¿De verdad me gusta más que todas las mujeres que conozco? ¿Se trata de un capricho? Ni siquiera puedo responder. Pero reconozco un como sentimiento que huye, o que se repliega, un sentimiento que se escabulle, o se transforma, se encoge, desaparece y reaparece con inusitada frecuencia. ¿Será el Amor? Es una especie de ansia, o desesperado nerviosismo que se disuelve a veces, que ni siquiera es permanente. Y lo peor es que no puedo preguntarle a nadie si esto es estar enamorado. Una como exaltación que me desborda…
De pronto creo que necesito a Tatiana pero también tengo ganas de estar solo. A veces me gusta ella y a veces no. A veces tengo la certeza de que hay otras mujeres en alguna parte.
Por lo pronto dejo hablando sola a Tatiana, en un crescendo de su infatuación, verdaderamente ofendido.
Mis personajes empiezan a convertirse en símbolos precisos de mi drama íntimo.
Me siento como un lobo en celo…
LOS PERROS REPETIDOS
En casa se cuenta con frecuencia esta anécdota:
Nos regalaron tres cachorros en una canasta. Nos quedamos con ellos y yo los sacaba a correr todas las tardes. Eran de colores indefinidos, y las orejas les colgaban. Entonces mataron al papá de Gutenberg y lo dejaron a bordo de su coche. Los perros lo encontraron, y cuando se abrió la portezuela, se lanzaron a morder el traje del cadáver. Todo mundo trataba de ahuyentárlos. Les pegaban con los puños, les daban de patadas. Yo agarré al más renuente y en mi desesperación de niño, tomé una de sus largas orejas y casi se la arranqué de una mordida…
Todos ríen, en el momento en que los perros chillaban junto al cadáver…
Me gustaría poder trabajar más tiempo en mi libro, que a la mejor podría llamarse Mi vida entre los humanos. Hablando de lo que me rodea, y de aquello que intuyo o presiento, o de aquello que me atemoriza y no entiendo, y de lo que soy o de lo que me gustaría ser. O de lo que supuestamente fui, o dicen que fui…
Me gustaría poder llegar a conseguir un efecto de liberación psíquica, como para consolidar de algún modo mis precarias, mis casi inexistentes defensas…
Nada más insoportable que un libro con confesiones adolescentes…
Acompaño a Temístocles a cobrar a Editorial Novaro, en San Bartolo Naucalpan. El hace traducciones de revistas de historietas, como Superman o Tom y Jerry, lo que no es fácil, pues debe ajustar el texto en español al espacio que permiten los globitos que indican lo que dice cada personaje. Con frecuencia los villanos de Superman se llaman Monsi, por Monsiváis, o Sofo, por mí, y hasta hay un ratoncito que también alude a mi nombre y al que le puso Sifo. Con el dinero de las traducciones de esta semana, Temístocles me invita a comer al restorán Zodíaco, en la Zona Rosa. Sin duda es mi mejor amigo.
Invierto la mañana interminable mirando por la ventana. De pronto aparece Herodotita que avanza hacia la casa de Tatiana y toca en la puerta. He aguardado pacientemente: La ventana indiscreta. Después de unos minutos salen las dos y yo bajo las escaleras precipitado y confundido para simular un encuentro casual: me siento en la banqueta y adopto un gesto displicente. Ellas tardan en salir. ¿Habrán ido a otra parte? Cuando por fin aparecen Tatiana me invita a la Iglesia. Uf, me niego a ir. La cera me da alergia, mi padre está por llegar, no estoy vestido adecuadamente. No me creen y se despiden, y yo regreso a casa a desayunar. Mi hermano me invita al Cine Club de Filosofía. Pasan una película de Bresson, y me cuenta que Bresson habló en una entrevista de “la fuerza eyaculatoria del ojo”. No puedo decirle que no, acepto acompañarlo y por el camino ajusto el proyecto para el total abandono de Tatiana. Mi hermano se alegra. Ella no le gusta, o le gusta para él y no para mí.
Tatiana: debes gastar lo que te dio la Madre Naturaleza antes de que te lo quite el Padre Tiempo…
Montar una película, dice Bresson “es enlazar a las personas unas con otras y con los objetos a través de las miradas”…
Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos sino sus miradas. ¿Razón por la que uno se equivoca sobre el color de los ojos?
Adivinación, dice de nuevo Bresson, “esta palabra. ¿Cómo no asociarla con las dos máquinas sublimes de las que me sirvo en mi trabajo? Cámara y grabadora, llévenme lejos de la inteligencia que todo lo complica”…
Al volver a casa Tatiana aparece deshaciéndose en amabilidad y me da un beso en la mejilla. Huele a incienso. Todo el tiempo pongo mi mejor cara de enojado para rechazarla, arrugo el entrecejo, endurezco la mirada, forzo los labios en un permanente rictus de desprecio. Bah. Me pide que la acompañe a la tienda de la esquina. Nos despedimos de mi hermano que pasa.
--¿Qué vamos a comprar?
--Nada…
Sonrío con la ocurrencia. Le digo que he padecido un ansia incontrolable de
golpearla.
--¡Pégame! –dice.
--No, no puedo…
--¿Por qué?
--No vale la pena…
Pero cuatro pasos más y vuelvo al ataque.
--También me dan ganas de morderte, de arañarte, o más bien de deshollarte, de retorcerte y luego comerte. Un deseo frenético de devorarte y después limpiarme los dientes con la astilla de uno de tus huesos…
--Pues cómeme –acepta y ofrece su brazo mordisqueable.
--Tampoco puedo…
--¿Por qué?
--Se me quitó el hambre…
Hinco los dedos de una de mis manos sobre su hombro derecho y la rasguño profundamente hasta el codo. Casi alcanzo a oír el rechinar de mis uñas.
--Te amo –murmura, y se acaricia el brazo rasguñado arrugando su carita por el dolor, pero también contenta, como si fuera a reír.
--¡Carajo! –protesto, como si me hubiera gustado que se quejara.
--Bueno, me tengo que ir…
Quedamos de vernos más tarde, sin precisar ninguna hora.
Cada vez con más fuerza quiero intentar convertirme en un lobo.
Pasión: Estado de tensión absoluta de un ser hacia otro ser que encarna sus razones de vivir, y al que subordina su concepción del universo hasta en los más ínfimos detalles. “La verdad en un alma y un cuerpo”, decía Rimbaud.
A las cinco viene Temístocles y conversamos bajo el quicio de la puerta. Mi perra olfatea todos los árboles y las llantas de los coches estacionados. Llega Tatiana con su familia en la camioneta de su papá, y apenas se bajan, ella espera a que todos entren en su casa y viene hacia nosotros. Me llama mi abuelita. Tiene hambre y debo subirle de cenar. Cuando salgo de nuevo Tatiana ríe con Temístocles, seguramente coquetea, cierra algún trato, conviene encontrarlo otro día, al salir de la escuela. Pero apenas aparezco se va. Lo de la cita me lo cuenta él, sinceramente regocijado. ¿Estará mintiendo?
Más tarde estoy jugando pelota con las amigas de mi hermana y aparece Tatiana invitándome a caminar.
Parece que no hago más que reprocharle cosas.
Ella me pide que calle: le duelen mis palabras.
--No hay nada más terrible que las palabras –le digo orgulloso--. Pegarte… Eso sí que sería faltarte al respeto. Pero hablar… Hablamos para reconocernos, para perder el miedo de acercarnos, para tantear posibilidades, arriesgar lo posible, es decir nuestra realidad primera y última…
Ella se detiene y me besa.
Yo no aflojo los labios, tenso, no entreabro la boca, no cedo al beso.
--¿Y después de esto qué? Esperar que otra vez se te ocurra plantarme para salir con la babosa de Herodotita, o ver impasible cómo te citas con mis amigos en mis meras narices, ¿poner la otra mejilla? Y después otras tres cuatro veces y de nuevo poner la mejilla… ¡Hasta que se me acaben todas las mejillas!…
--Nada más tienes dos –arriesga tímidamente.
--Entonces se me acabaran pronto…
Estoy acalorado. La discusión me hace circular la sangre más rápido. Entonces nos besamos, francamente con desfachatez, con furia, con pasión. Le acaricio los senos bajo la ropa, ay. Y a pesar de esto no quedamos de vernos sino hasta el martes. Mis manos tibias. Regresamos al oscurecer. En esta época del año oscurece muy tarde, más allá de las 7:30. Mi padre diría las 19:30. No tengo reloj, se lo presté a Temístocles.
En la puerta de mi casa están mis hermanos esperando un taxi. Baja mi madrastra y me dice que va a dar una vuelta con sus hijos. Le hace duros reproches a mi padre.
--Yo trabajo –se queja--. Me paso diez horas diarias en un hospital para poder pagar todo lo que debemos. Desgraciadamente estoy ahogada en deudas, si no, me iba inmediatamente, ponía mi propia casa. Y por si fuera poco hace una semana me llegó una carta, un anónimo yhablando de las infidelidades de tu padre, y hoy otra carta de Marina, nada menos que de Marina. Es imposible ya, mira, aquí las tengo. Yo no puedo soportar más...
Abre su bolso y de un montón de papeles saca uno más arrugado que los demás. Alcanzo a ver el sobre. Yo lo recibí cuando llegó. Si hubiera sabido…
Señora, dice la carta, una página mal arrancada de un cuaderno cuadriculado, creemos nuestro deber ponerla alerta…Busco la firma. Un lacónico asta luego.
Un anónimo es un puñal construído con palabras, pero generalmente tan mal construído, tan, tan mal construído, que causa toda clase de estropicios…
La carta de Marina es más tranquilizante. Si la hoja del anónimo la arrancaron con la mano, a la de ella la ajustaron, le dieron forma con un cuchillo. Debe haber formado parte de una bolsa de pan, y resultó bastante irregular. Por si fuera poco aparece escrita a veces con lápiz y a veces con bolígrafo, con letras de dos renglones de alto que no respetan ninguna horizontalidad, para no hablar de discreción, o de dignidad, o de honor. Se las devuelvo con rapidez, como si me fueran a contagiar una enfermedad, un poco asustado. Ella me cuenta lo que dicen, hasta que llega el taxi.
--Es una señora que ha venido a lavarme los trastes –dice--, y que tu papá la quiere mucho, y que han ido al cine, y que el día de su santo le llevó serenata… Tu padre ahora sí que ya ni la amuela…
Cuando el taxi parte me siento culpable, como si yo hubiera cometido un delito. ¿Qué tiene de malo ir al cine? ¿O llevar serenata? Y la verdad es que esta Marina está bastante guapa…
Tomo dos frascos vacíos de refresco y voy a la tienda, pero al cruzar frente a la casa de Tatiana veo salir a su familia y falta ella. Espero a que la camioneta se pierda de vista y toco el timbre. Abre Tatiana en bata.
--Estaba acostada –dice.
No la dejo continuar, la beso, la abrazo desesperadamente, la beso y se le abre la bata. Esta desnuda debajo de la bata. Con el pie alcanzo a cerrar la puerta. La trato de arrastrar hacia su recámara, pero caemos al suelo, se caen las botellas vacías de refresco. Es como si buscara a otra mujer adentro de ella, como si quisiera oprimirla, o desgarrarla para hacer brotar a otra mujer. Cuando la dejo respirar, advierte:
--Mis padres no deben tardar, nada más fueron a dejar a mi tía polaca…
Una de sus tías es polaca y la otra checoeslovaca. Su mamá es judía rusa y su papá también es polaco. Se oyen los frenos de la camioneta. Recojo mis botellas y me escondo tras la puerta, para escabullirme apenas entren, sin que me descubran.
Termino comprando dos coca-colas terriblemente agitado. Luego subo a mi cuarto dispuesto a leer Las tribulaciones del estudiante Törless, libro estrujante y provocador.
Mi padre llega como a las nueve. Me mira, deambula alrededor de mí, quiere decirme algo pero no se atreve, sondea, dice algo así como:
--Lo que no sabe defender como esposa lo quiere defender como…
Pierdo sus últimas palabras.
Tengo hambre y no hay nada de comer. Me enfundo en mi amada gabardina a lo Humprey Bogart y salgo a comprar tortas. En mis manos siento todavía la temperatura de la piel de Tatiana. Mi padre mira televisión. Parece realmente interesado en las aventuras de Peter Gun…
Apenas acabo de regresar cuando llegan mi madrastra y mis hermanos en un taxi. Cargo a la niña y la acuesto sobre el sillón. Venía dormida. Mi hermano ni siquiera saluda y se encierra en su cuarto. Mi padre y su esposa se encierran por su parte e inician una discusión acalorada como si hubiera sonado una campana y se iniciara un nuevo raund. A veces salpican su gritería con palabras en otros idiomas. Pongo un disco de jazz a todo volumen y ni siquiera me reclaman. La perra está nerviosa, no consigue dormir, da vueltas y vueltas, como si tuviera que decidirse y tomar partido. Creo que todo se calma como a la 1:30. Mi padre ronca.
Perfume: Composición química de olor agradable y seductor. El elemento adherente de los perfumes procede de ingredientes animales, extraídos de las secreciones sexuales del macho. Los olores corporales estimulados por el uso de los perfumes son afrodisíacos. Según los osmólogos, las cinco partes del cuerpo más erógenas en su seducción olfativa son las sienes, el cuello, las muñecas, la articulación de la rodilla y el lóbulo de la oreja. El olfato, escribió Rousseau, es el sentido de la imaginación.
El miércoles me levanto como a las 10 y acudo a encontrarme con Tatiana. La espero media hora en la librería Zaplana de San Juan de Letrán. Ella llega puntual, soy yo quien llegó antes. Caminamos mucho. Hace calor. Yo satisfecho porque encontré un nuevo libro de Broch que andaba buscando desde hace mucho, y además apareció la nueva Revista de Literatura Mexicana con un fragmento de una nueva novela de Carlos Fuentes.
Tatiana resuelve que realmente la odio porque prefiero hablar de libros y no de ella. No la contradigo. Gastamos 11 pesos en un restorán, y al llegar a la calle de Ejército Nacional, me despido y la dejo seguir sola hasta su casa.
En la mía mi padre está filmando una película en 16mm. Me pongo un pollo en la cabeza y salgo bailando. Todos participan en este alboroto, menos mi madrastra. Mi padre me asusta al decirme que quiere tomarme una foto junto a su coche, y cambia la cámara de cine por una de fotografías. Salimos, y mientras enfoca su cámara, o finge enfocarla, me pide ayuda.
--Siempre se va. A ver si tú la puedes convencer, carajo. Le hace caso a cualquier anónimo. Marina ni siquiera sabe escribir…
--A mí no me digas nada –le digo--. No me debes explicaciones… Por mí no te preocupes, deveras. Yo estoy contigo…
Se organiza la cena. Mi madrastra sirve los platos pero no se sienta a la mesa. Sube y baja las escaleras. Camina de un lado a otro en el piso de arriba hablando en voz baja consigo misma. Distingo la palabra infeliz, dicha con ira, y algunas otras expresiones que no entiendo. Mi padre cena en silencio. Cuando termina y pasa una servilleta por sus labios, antes de levantarse, dice que ya no comprará el departamento en condominio, que va a devolver el contrato. La compra la iban a hacer entre los dos…
La perra aúlla…
Ay, si pudiera convertir mi cuerpo en el cuerpo de un lobo…
Cambio la concepción de mi novela Mi vida entre los humanos. O quizás sería mejor decir Los perros jóvenes, o Mi proyecto. En torno de un hecho central: Sofocles en la cárcel, por ejemplo, el día de visitas: las reacciones de un grupo de muchachos y muchachas entre los 14 y los 17 años de edad. Soy incapaz de creer que en lo llamado trabajo literario, las cosas puedan aclararse, siquiera algunas cosas, ciertos acontecimientos (digamos). En mis frases, ya que no se podría en ninguna otra parte, la tradición señala que va a saberse casi de qué se trata. Pero yo no lo creo. Si escribo bien, terminaré diciendo lo que la gramática me permita, no lo que verdaderamente quiero decir. Es como si mi vida corriera al margen de la lengua, cierta clase de vida que no es transformable en palabras, y que es precisamente la que yo quiero contar…
Ahora sí que basta de novelas realistas poseídas por el ánimo de la costumbre, poseídas por el ánimo de lo verosímil, de lo cronológico, de las apariencias. ¡Satisfechas en su imitación chata de la vida! Yo tengo propósitos absolutamente distintos…
Para empezar que mi novela sea vida ella misma, riesgo, equivocaciones, aventuras…
El vampiro de Düsseldorf: Peter Kuerten (1883-1931). Famoso asesino. Confesó 23 asesinatos pero fue ejecutado sólo por 9 de ellos. “No he matado para violar. He matado y violado para vengarme de la mezquindad de la humanidad, de su maldad, de su egoísmo. Pero cuando la idea de matar se apoderaba de mí, no se separaba del deseo de mancillar a mis víctimas”.
Sofocles muere al caer en las astas de una lavadora.
Se me ocurre que la tía polaca, en mi libro, sea una fanática católica, y que la tía checoeslovaca, sea evangelista o protestante. Tatiana no se llamará Tatiana, sino Greta. Su padre en vez de tener una fábrica de bolsas de polietileno, será taxista. A Temístocles le pienso poner Vulbo.
Sofocles muy contento porque a Greta le ha llegado su menstruación.
Sofocles se orina en su pantalón, de pie frente a su casa. ¿Por qué no? Está contento, casi encantado, con temor casi de moverse y romper ese encantamiento.
Despierto y miro la hora. Oigo a mi padre discutiendo con su esposa. ¿Nunca descansan? Pero cuando entro a bañarme advierto que no están. Sus voces eran fantasmas. Estoy tan acostumbrado a oírlos discutir que los oigo aún cuando no están. La hermosa voz grave de mi padre (su felicidad está en escucharse), y la de mi madrastra en un reproche permanente, demasiado alta, de mal gusto, casi un chillido.
Sus voces flotan en la casa.
Beso: Aplicación de los labios sobre los labios del ser amado con el fin de un regodeo y de hacer una ligera succión, permitiendo el juego acariciador de las lenguas. Deben cerrase los ojos para no distraer al sentido del tacto, “que se pavonea secretamente” (Jean-Claude Silbermann).
Recitan los nombres de los nuevos becarios del Centro Mexicano de Escritores en la televisión. Como es obvio, yo no estoy, y había depositado grandes esperanzas en ganar esa beca. Pero como era de esperarse no califiqué. Sensación terrible de inseguridad, de vulnerabilidad, de frustración. Necesidad de soluciones rápidas, confirmaciones, certezas. ¿Me suicido o encuentro un trabajo? ¿Por qué no viene nadie a ofrecerme un trabajo?
Mi libro debe dar la impresión de un campo en ruinas.
Francoise Dolto
Tiempo soy entre dos eternidades
Antes de mí y luego de mí, la eternidad.
El fuego: sombra sola entre dos claridades.
Carlos Pellicer
Los ruiseñores cautivos
solo cantaban en la noche
Para crearles eterna oscuridad
les quemaban los ojos
El origen del mundo es de ceniza
Cuando no puedo cantar
recuerdo el fuego
Eduardo Langagne
Así pasaron los meses. Cada día una chispa de fuego, las semanas un zarzal ardiente. Lenguas líquidas me salpicaban, me salivaban a lo largo de las venas. Saliendo de casa, vacilaba como un borracho: ardía, atizado por el sol, y me creía inmortal.
Gesualdo Bufalino
Me hubiera gustado decirles que mi cuaderno era más útil que ellos, pero entonces habrían sabido que escribo y ya no estaría a salvo.
Alessandra Luiselli
INVENCIBLE, EXTRAORDINARIO Y PODEROSO Tlacaélel, ayúdame; Aquiauhtzin de Ayapanco-Amecameca, antiguo cantor de los dioses y el erotismo, atiéndeme y dame sin tardanza tu auxilio y favor; Chimalpopoca, ruega por mí; Escuela Nacional Preparatoria Uno, en el viejo edificio de San Ildefonso, abre mis labios y anunciaré tu alabanza; bella y encerrada Sor Juana Inés intercede por mí; Benito Juárez, desde tu carroza negra y austera ruega por mí; Francisco I. Madero, ruega por mí; Popocatépetl e Ixtlaccíhuatl, protéjanme con sus cumbres deslumbradoras; Castillo de Chapultepec, ten misericordia de mí; Emiliano Zapata, ruega por mí; José Clemente Orozco, despierta; Diego Rivera, dáme tu fuerza e ironía; Octavio Paz, ayúdame; Lázaro Cárdenas, dáme la mano; Tongolele, mueve tus caderas y vibra con violencia para que me aleje de especulaciones que todo lo complican; granizada de verano sobre el Palacio de Bellas Artes, arrástrame lejos; río atronador bajo las bóvedas del Chontacoatlán y el San Jerónimo, llévenme más lejos aún; noche de piedra en Cacahuamilpa, cúbreme…
¿ME OYES, PAPA? ¿Estás despierto? Acabo de llegar, fui a dejar a Tatiana. ¿Me oyes? Hubieras ido con nosotros, fuimos a Xochimilco y compré una orquídea. ¿Me estás escuchando? Los aztecas no concebían una fiesta sin flores. Fuimos con ese muchacho que vive en la calle Temístocles, el que tiene un ojo de vidrio, en su coche, y de regreso manejé yo, porque bebimos pulque y a él se le subió. No me gusta el pulque ¿sabes? Es pegajoso, dulce y pesado, por no decir que parece esperma. ¿Crees que exagero? Tú tampoco bebes pulque ¿verdad? En fin, estábamos sentados muy tiesos arriba de una chinampa, o creo que chinampas son nada más esas balsas de caña cubiertas de tierra, algas y flores cuyo olor no logra resaltar, bueno, pero estábamos en una trajinera, creo que les dicen trajineras, o chalupas, o como les digan, Tatiana y yo tomados de la mano, y una banda de mariachis acompañándonos durante buena parte del paseo, y a Temístocles se le salió el ojo. Hubieras oído el aullido que se aventó, hasta se encimó al falsete de los músicos. Siempre he querido poder gritar así, me gustaría realmente, un día lo voy a conseguir, ya verás. Pero Temístocles traía un ojo de reserva, y le dijo algo a Tatiana que la hizo reír, y yo escribí en el fondo de una cajita de cerillos que si ella quería ser mi novia, y cuando empezamos a fumar le extendí la cajita y ella leyó la pregunta y sonrió para mí, y me miró también con complicidad, y hasta con una muequita giocondesca, lo que interpreté como un SI displiscente, enorme y prometedor. Sí. ¿Me oyes? Aparte de esto lo único que me gustó fue la abundancia de flores. Las bugambilias se enredan en los postes del teléfono y corren por los cables. El agua era espesa y nega, casi lodo, y había muchos niños semidesnudos y panzones en el mercado, un perro muerto, y zopilotes sentados en las ramas más altas de los árboles. Temístocles siempre carga dos ojos de reserva en una bolsita de terciopelo. Y se podían ver los volcanes. ¿Hace cuánto tiempo que el Popocatépetl ya no echa humo? ¿Tú estabas en el volcán? ¿Fueron al Popocatépetl o al Ixtla? ¿Cuándo me vas a llevar al cráter? Y los limosneros se acercaban cada vez que parábamos el coche, tan desvalidos como amenazadores. O más bien conminatorios, pero ajenos a nosotros. Una viejita vendía orquídeas. Hubieras visto que colores más extraordinarios, casi extraterrestres. No pude resistirlas y compré una para Tatiana. Los tres veníamos en el asiento delantero y de vez en cuando Temístocles le acariciaba las piernas a Tatiana sin importarle nada que yo estuviera manejando, y por evitarlo, la segunda o tercera vez, de regreso, atropellamos a una serpiente, es decir, la atropellé, pero fue sin querer, y todo el camino nos siguieron los zopilotes, pesados, negros, malévolos y como apáticos. Afuera deben todavía estar esperándome, estoy seguro, si es que no hay uno posado en la cabecera de mi cama. ¿Me oyes? Es como si tuvieran serpientes como señaladores de caminos. Y Temístocles dijo que eran animales que estaban del lado de Dios. Tatiana se molestó por eso. Y yo dije que me hubiera gustado más un Dios del lado de Adán y Eva. ¿Me entiendes? Dios del lado de las serpientes ¿Tú qué crees? Y ¿fuíste al volcán? ¿Cómo te fue en tu excursión?
¿Deveras no te habías dado cuenta de que Temístocles usa un ojo de vidrio?
En el periódico se lee que Fidel Castro prometió liberar a 1,197 sobrevivientes del asalto a Bahía de Cochinos a cambio de una indemnización consistente en 500 tractores. Las fuerzas del gobierno cubano derrotaron a los invasores en una batalla que duró 72 horas. Aparece la fotografía de tres jefes de la fallida invasión que lograron escapar y regresar a Miami.
Al final del primer capítulo de mi novela en proyecto, si es que la divido en capítulos o jornadas o partes, o quizás en una nota de pie de página, debo pasar lista en el salón de clases. Predominarán los nombres de doble sentido. Seleccionar entre:
Tulio Vergara
Hugo Vélez Ovando
Kommo Tehiede
José Boquitas de la Corona
Bartolomé Topene
Tanyecto Mokito
Guillermo Costecho
Tomás de la Veiga Fuerte
Lola Meráz
Michaira Sakkudas
Martín Cholano
Agapito Melórquez
Yotago Tuy Jito
Etcétera.
Tatiana rompe mis cartas de amor en pequeños pedazos. Los atraviesa con un cordón y se los cuelga como collar antes de bajar a la fiesta. Bailo con ella, respiro sobre los pedazos de papel. Los reconozco. Ni siquiera he tenido que mirarlos con atención. Me detengo.
¿Y si yo fuera un cabrón, un reverendo hijo de la chingada?
Liberalia: fiesta de la liberación. Nada se prohibe.
De Puebla, mi padre me trae un volante que le dieron el domingo. Es una lista de 146 catedráticos liberales de la Universidad “que por apoyar a los que retienen ese centro de cultura, se han declarado comunistas o filocomunistas”. También se exhorta al público a no comprar el diario La Opinión, y a abstenerse de publicar anuncios en él “porque es posible mercenario comunista que ha puesto sus columnas al servicio de los rojos”.
Fui como se puede ser en la juventud; hay un momento en la juventud en que todo es posible, en que todo es poco dada la inmensidad de nuestra vida.
Adolfo Bioy Casáres: Clave para un amor
Miro a Tatiana y le digo:
--Estoy desperdiciando los mejores años de tu vida…
Cito a Tatiana en la esquina de Herodoto y Ejército Nacional, junto a la tienda de mi madre. Se retrasa. Entro en la tienda y advierto:
--Si vienen a buscarme avisen que estoy en el departamento…
Voy al departamento y están los viejitos húngaros que hospeda mi madre. Hago diversas llamadas telefónicas, pero sobre todo espero a Tatiana, que no llega.
Regreso a la tienda, recorriendo las paradas de autobuses, mirando a un lado y otro de las calles. En la tienda la vendedora me dice que la vio, que la llamó por su nombre e incluso que se preparaba a describirle el camino al departamento cuando ella dijo:
--Ya sé por dónde ir, señora, muchas gracias…
--Y también conocía el número de teléfono, joven, deveras…
Corrí de nuevo al departamento. A mi madre le extrañó mucho.
--¿No la encontraste? Acaba de estar aquí…
Los viejitos me miraban con asombro.
--¿Cuántos años tiene? –preguntó la anciana, refiriéndose a mi amiga.
--Trece –mentí…
--Ah…, --rechinó--, si tuviera quince ya estaría buena…
Tengo miedo y vuelvo a correr hasta la tienda, pensando que los viejitos húngaros son unos asesinos y la han capturado. Quizás Tatiana estaba encerrada en el clóset y oyó nuestro diálogo. Pero no ha vuelto a la tienda, y la vendedora y un muchacho repiten cuidadosamente todo lo que supuestamente le dijeron y lo que ella respondió. Desesperado, vuelvo otra vez al departamento y la busco en el clóset, casi histérico y bañado en sudor, pero no está. Entonces tomo un taxi y le pido que me lleve a su casa y la encuentro mirando televisión muy quitada de la pena. Se pone contenta cuando le cuento que tenía miedo de los viejitos. Ay, esa sonrisa maravillosa de Tatiana…
Recordar: la pared en el cuarto de la tía de Tatiana cubierta con imágenes de los 365 santos del año.
Me cuenta Francisco Tario que la mordedura de los Niños (especie de grillos voladoras con diminutas manos casi humanas) es tan atrozmente ponzoñosa que ningún medicamento conocido puede salvar de la muerte a su víctima. Y agregó:
--Solamente con la cura de los violines se obtienen buenos resultados…
Se trata de hacer sonar un violín dulce y generosamente, tantas horas como sean necesarias a la cabecera del moribundo. Al parecer ésta música debe ser tierna, insignificante y sin prisas.
Himeneo meo, dijo el gato Miau…
Piedad para nosotros que combatimos siempre en las fronteras
de lo ilimitado y del porvenir,
piedad para nuestros errores y nuestros pecados.
Apollinaire
Durante el Siglo XIX era muy popular la creencia de que las personas podían, súbitamente y sin razón, estallar en llamas y consumirse en ellas. Aunque los científicos por lo general consideran que esta es una idea absurda, había y todavía hay interés en el tema de la combustión humana espontánea.
Varios autores han aludido o descrito el fenómeno en sus obras. En La vida en el Mississippi, Mark Twain escribió: “Jimmy Finn no se quemó en el calabozo, sino que murió de muerte natural en un recipiente para el cuero, a causa de una combinación de delirium tremens y combustión espontánea. Cuando digo muerte natural es porque esta es una manera natural para que Jimmy Finn muriera”.
Herman Melville también eslabonó al borracho y la combustión espontánea en su novela Redburn. Melville describe a un marinero borracho que estalla en llamas. Mientras el resto de la tripulación observa “dos hilos de llamas verdes, como una lengua bifurcada que salta entre los labios, y en un instante el rostro cadavérico se cubrió de infinidad de llamas que parecían gusanos… El cuerpo descubierto se quemó ante nosotros, tal como un tiburón fosforescente en el mar de la media noche”.
El Rey salomón era un sabio y poseía 700 mujeres y 300 concubinas.
Yo sería sabio con menos.
Probable episodio para la novela:
En casa de Tatiana, Sofocles (no Sófocles) trata de componer el tocadiscos cuando llega el señor Medallas rebosante de hijos que corretean, gritan y tropiezan con los bulbos desperdigados por el suelo…
--¡Escuincles del demonio, get out! –grita Sofocles…
Pronto los llevan a la calle y el padre de Tatiana los acomoda en la amplia cajuela de la nueva camioneta. Sofocles ayuda a la tía polaca a caminar, casi la carga para subirla al interior del vehículo. Suben doña Esther, el señor Medallas, Sofocles, el padre de Tatiana y Tatiana, que con estremecimientos notables se sienta sobre las piernas de Sofocles. Nadie protesta e inician la marcha. Los niños gritan en la parte de atrás, riendo, y la tía polaca recita:
--Creo en Dios Padre, creador de todas las cosas, visibles e invisibles, y en Jesucristo, su único hijo, y en el Espíritu Santo, que del Hijo y del Padre procede, que con el Padre y el Hijo es glorificado…
Sofocles va adelante, junto a la ventanilla. Tatiana se reacomoda sobre sus piernas, pregunta si pesa y él dice que no, pero no tarda en mojársele el pantalón a la altura de la bragueta. Se lo dice a ella muy quedo y ella ríe con franqueza…
Cuando llegan al lugar de la fiesta, Sofocles se esfuma durante más de una hora para aparecer después, con ropa nueva y los cabellos revueltos. Tatiana corre hacia él, trastabillea con el lenguaje:
--¿Dónde estabas? Me dejas aquí, abandonada a mi suerte. Casi te aborrezco. Un escuincle se agarró de mi falda y me la ensució, fue odioso, mira nada más, qué sangrón. Me preocupaba horrores que no vinieras y luego hasta llegué a pensar que te había pasado algo…
--Déjame hablar ¿no?
--Sí, pero es que fíjate, chíngale y de repente no estabas…
--¿Me aborreces?
--No.
--Pero acabas de decir que me aborreces…
--Sí, pero no. Lo que te pregunto es que dónde estabas, qué te pasó…
Sofocles condescendiente se lo dice todo.
--Nada más se peinó y se vino –comenta alguien.
Sofocles pasa una mano por su cabeza alisando los cabellos hacia adelante.
El padre de Tatiana lo mira con malicia.
--Caray, ya ni la amuela, nomás se fue al salón de belleza y pegó la carrera pa´ca…
Sofocles se restriega los ojos sucios de polvo.
Explicó con cinismo que durante el viaje eyaculó porque llevaba a Tatiana sobre las piernas, que se ensució el pantalón y la trusa. No traía pañuelo y buscó el baño, pero estaba ocupado. Entonces se escabulló en busca de una cantina o una fonda, y ya en la calle (se atrevió a contar), cruzó frente a una casa grande y lujosa, recién construída, y vio a dos sirvientas y las oyó decir:
--En serio, no los espero sino hasta mañana por la noche…
Se encaminó resueltamente hacia ellas.
--¿No están mis tíos? –preguntó.
--¿Y usted quién es? –increpó una de las sirvientas.
--Eso iba a preguntarle a usted –respondió Sofocles--. ¿Desde cuándo trabaja aquí?
--Pos hará cosa como de dos meses. ¿Y eso qué tiene que ver?
--Necesito entrar y pasar al baño. Soy sobrino de sus patrones.
--Entonces ya debería saber que no están. Se van los sábados y los domingos a Valle de Bravo. Regresan hasta bien tarde…
--Sí, ya sé. Pero eso no quita que sean mis tíos…
--Ya déjalo pasar, tú … --intervino la otra.
--Con su permiso…
--Pos ahi como usté quiera, joven –y la primera dejó pasar a Sofocles que no se intimidó ni durante un momento y subió automáticamente por las primeras escaleras que encontró.
--Pos ahi te lo haya… --alcanzó a oír.
Encontró bastante decorosas las recámaras y tuvo la suerte, además, de hallar ropa casi de su medida. Arrojó el pantalón y la trusa malolientes en un cesto de mimbre y se bañó. Terminaba de vestirse cuando el timbre y después el sonido de la puerta al abrirse, lo sobresaltaron. Oyó cómo un hombre preguntaba por los dueños de la casa, y cómo una de las criadas, la que le había franqueado el paso, respondió que no estaban, como era su costumbre, pero que podía hablar con su sobrino…
--¿Felipín? –curioseó el hombre.
La otra sirvienta dijo que no sabía cómo se llamaba, porque era nueva, y que su amiga tampoco, estaba de visita, no trabajaba allí, etcétera.
Sofocles terminó de vestirse y con sigilo caricaturesco inició el descenso de la escalera. El hombre desconocido lo descubrió.
--¡Felipín! –dijo en un espasmo, ofreciendo sus brazos abiertos--. ¿No te acuerdas de mí? –Y en cuanto pudo lo apresó de los hombros…
--No –susurró Sofocles completamente a su merced.
--Claro, cómo te ibas a acordar, si estabas muy chiquito… Soy tu padrino don Jesús, Chuchito… ¡Ah, qué Felipín! Te conozco desde que tenías dos años… ¿Te acuerdas cómo nos íbamos de pinta a Zihuatanejo para pescar y jugar tennis? ¿Eh, maldito?¡Acuérdate, acuérdate!
--¿A jugar tennis?
Y en el mismo tono entusiasta siguió diciendo cosas a las que Sofocles respondía siempre que sí, hasta que las sirvientas anunciaron que iban llegando los señores.
La que le abrió la puerta a Sofocles escapó calle abajo, y él, por su parte, aprovechó un descuido del hombre amable para soltarse, fingir caminar hacia el garage adonde estaba un caravelle remolcando una lancha con motor fuera de borda, y en realidad correr desaforadamente, correr de prisa, ay, cada vez más aprisa, puf, hasta comprobar que nadie lo seguía.
--Nomás te peinaste y te veniste –le dijeron al llegar a la fiesta.
Sofocles sonrió con su mueca Terry Thomas y se llevó una mano a la cabeza para sobar y aplastar el cabello hacia adelante con vigorosa insistencia.
Entonces Tatiana notó la ropa diferente, la camisa nueva, el pantalón desconocido, la mirada significativa, el nuevo desodorante, y pidió saber todo, cuando a él ya le brotaban las palabras ensalivadas y de una manera automática…
Atrapo varios insectos y luego los suelto: esa libertad bullente es el tiempo.
El tiempo sirve para cambiar.
LOS PERROS COMPRENSIVOS
Los dos hijos tenían hambre.
Los padres también.
Así que se los comieron y dejaron de sufrir los cuatro.
Oh, Juan, ¿Quién nos librará de la maldad de los Buenos que han encontrado una salida: la Justicia?
Lanza del Vasto
Escombro el escritorio para ponerme a escribir. Incluso me baño y me visto especialmente para la ocasión: ropa gruesa, para no sentir frío después de varias horas sentado. No sé dónde acomodar tantos papeles, folletos y diccionarios, así que los amontono equilibradamente a un lado. Mi padre debe estar escribiendo un artículo. Siempre lo oigo tecleando hasta altas horas de la madrugada. Meto una hoja en blanco en el rodillo de la máquina. Es como mirar la nieve del Popocatépetl. Me persigno envuelto por el orden impecable de la biblioteca. Es increíble, pero todavía me persigno de vez en cuando. En el montón de papeles que acabo de acumular, una página mecanografiada por mi padre llama mi atención:
Allá en el Mioplioceno, continuándose hasta el Pleistoceno, es decir, entre hace trece millones y un millón de años, nació y fue creciendo lentamente, a causa de sus erupciones contínuas, el Popocatépetl, “Montaña que humea”, o el Xitliquehuac, “El que arroja cenizas”.
Está formado por material lávico, dacita y riodacita y traquita en su mayor parte. El Pico mayor o Pico Anáhuac se localiza según carta de la Secretaría de la Defensa Nacional 14 Q-h (123), a 19° 1´ 15´´ latitud norte, y a 98° 37´ longitud oeste, y su cima alcanza 5,452 metros sobre el nivel del mar. El labio inferior del cráter registra 5,253 metros. El Pico del Fraile se localiza en el lado sur del volcán y su base está a 5,249 metros. El Ventorrillo alcanza 4,999 metros. El cráter, de forma elíptica, tiene una circunferencia de 22,867 metros, con una profundidad de 380 metros desde el Pico Mayor.
Forma parte de una cadena volcánica que corre de Norte a Sur dividiendo las cuencas de Puebla y México desde Otumba, por el Estado de Hidalgo, hasta Joanatepec, en el de Morelosl. El cono volcánico presenta pendientes de 20, 30 y, en algunas vertientes, hasta de 50 grados.
Parte de un derrame que la erosión en el curso de los siglos ha destruído, está ahora convertido en ese extraordinario roquedal llamado El Ventorrillo, con su Flecha del Aire.
Al fondo de la biblioteca gira un espejo.
De Tatiana, como de María de Magdala, en mi novela futura, los sacerdotes llegarán a extirpar siete demonios: el de la lujuria, el de la envidia, el de la vanagloria, el de la curiosidad, el de la avaricia, el del desprecio, y por último, el demonio más feo de todos, el demonio de la maledicencia…
Cuando vuelvo a casa mi padre discute con su mujer: es impresionante su disposición para la violencia verbal… Es como si cada uno se sintiera orgulloso de gritar más fuerte, y tratara de gritar más fuerte…
Después de un rato largo me enfrento con el rostro descompuesto de mi padre.
--¿Qué cosas mías has estado agarrando?
--Nada, deveras, nada. Traté de escombrar el escritorio pero no desheché nada, simplemente acomodé todo en un extremo, lo acumulé cuidando que no se maltratara ningún papel. Luego alfabeticé algunos libros. Puse en orden la sección de Ciencias Sociales –asustado.
--Pues tu madrastra –increpa--, dice que se encontró allá arriba dos cartas, y que el lunes pone el divorcio…
Por un minuto no sé qué responder. No tengo ninguna culpa. Si mi descuido hubiera sido intencional tendría razón de enojarse, pero no. Después pienso, pero nada más lo pienso, no digo nada: ¿y yo soy el culpable de tus relaciones extramaritales? ¿Y yo soy el culpable de tu manía de coleccionar recuerdos? ¿Y yo soy el culpable de que hayas conservado inclusive esas cartas? Mi hermana baja y todo se interrumpe. Todos salen precipitadamente: mi hermano, mi hermana y mi padre. Me dan ganas de ponerme a llorar. Al poco rato baja mi madrastra como ajena a todo y hasta canturreando, como si estuviera contenta…
Si pudiera comer bellotas y que me salieran por las orejas ramas de árbol. ¡Si pudiera comprar un hotel de mil habitaciones y morir en cada una!
Paddy Chayevsky
Le dicen a Tatiana que no se da a respetar, que yo soy muy mandado, que les estoy cayendo gordo. Utilizo sus mismas palabras. Que prefieren que ande con un futbolista a que ande con un intelectual por cual: ese soy yo.
--¿Un intelectual?
Pero me interrumpe. Y por si fuera poco no se le ha presentado su menstruación. Enmudecí y sin talento para dar explicaciones preferí retirarme. Fui a la escuela. Encontré a Monsiváis cargado de libros y caminamos hasta su departamento. Dice que mi proyecto de novela es muy complicado y que primero tengo que pensar en atrapar lectores, y que cuando los tenga, entonces me puedo lanzar a hacer experimentos por lo demás, completamente innecesarios.
Tatiana se porta mal. Me pidió que la buscara y a la hora que habíamos convenido no estuvo. La esperé inútilmente. Salí a comprar unas medicinas y la encontré. Eran las 8:30 y la cita había sido a las 4. Ah, pero es que salió con unos vecinos que le están enseñando a manejar moto…
--Moto es como mejor manejo –susurró, pero ella ni siquiera sonrió.
Ayer estaba guapísima. Hoy no. Se veía demasiado flaca y desgarbada, incluso mal peinada. La encuentro varias veces más, más tarde, y se porta grosera, antipática. Por fin, casi a las 10 de la noche, confiesa: faltó a la cita deliberadamente, y mañana también pensaba faltar, un poco por seguirle la corriente a su mamá, que sufre mucho porque ella sale conmigo. A medianoche nos despedimos.
--A ver cuándo nos vemos…
--¿Así? ¿A ver?
--Sí, ¿o cuándo quieres?
--¿Te parece el lunes por la noche?
--No.
--Entonces nos veremos mañana.
--Pero mañana no puedo.
--Entonces ahora. Quédate a dormir conmigo.
--¿Estás loco? No puedo.
--Sí puedes. Inventas algo.
Su madre me impone condiciones a través de ella porque no se atreve a hablarme directamente. Debo ir a la escuela, o por lo menos encontrar un trabajo. Tatiana me lo dice casi retándome. ¿Así que soy “un bueno para nada”? y cuando la visite y mientras estemos en su casa, no debo tocarle ni uno de sus dedos. Y sobre todo no debo tratar de besarla otra vez. No debo ni siquiera desearla. Realmente piensa que lo únicoo que me interesa es acostarme con ella. Y tiene razón, porque no me gusta en su papel de mujer ofendida. Tampoco me gusta su ropa, que tan malamente descompone su cuerpo, ni la manera como se maquilla. Parece que antes de salir siempre jugara luchas con un payaso. O con dos. Aludo entonces a su increíble vulgaridad, oculta hasta hoy por la exagerada vulgaridad de los que nos rodean, pero me confundo pronto, no encuentro las palabras que necesito, estoy obnubilado y casi histérico, me pierde algo así como el infierno de la fiebre, advierto que de seguir hablando puedo perderla realmente.
¿Y en verdad me importa? ¿De verdad me gusta más que todas las mujeres que conozco? ¿Se trata de un capricho? Ni siquiera puedo responder. Pero reconozco un como sentimiento que huye, o que se repliega, un sentimiento que se escabulle, o se transforma, se encoge, desaparece y reaparece con inusitada frecuencia. ¿Será el Amor? Es una especie de ansia, o desesperado nerviosismo que se disuelve a veces, que ni siquiera es permanente. Y lo peor es que no puedo preguntarle a nadie si esto es estar enamorado. Una como exaltación que me desborda…
De pronto creo que necesito a Tatiana pero también tengo ganas de estar solo. A veces me gusta ella y a veces no. A veces tengo la certeza de que hay otras mujeres en alguna parte.
Por lo pronto dejo hablando sola a Tatiana, en un crescendo de su infatuación, verdaderamente ofendido.
Mis personajes empiezan a convertirse en símbolos precisos de mi drama íntimo.
Me siento como un lobo en celo…
LOS PERROS REPETIDOS
En casa se cuenta con frecuencia esta anécdota:
Nos regalaron tres cachorros en una canasta. Nos quedamos con ellos y yo los sacaba a correr todas las tardes. Eran de colores indefinidos, y las orejas les colgaban. Entonces mataron al papá de Gutenberg y lo dejaron a bordo de su coche. Los perros lo encontraron, y cuando se abrió la portezuela, se lanzaron a morder el traje del cadáver. Todo mundo trataba de ahuyentárlos. Les pegaban con los puños, les daban de patadas. Yo agarré al más renuente y en mi desesperación de niño, tomé una de sus largas orejas y casi se la arranqué de una mordida…
Todos ríen, en el momento en que los perros chillaban junto al cadáver…
Me gustaría poder trabajar más tiempo en mi libro, que a la mejor podría llamarse Mi vida entre los humanos. Hablando de lo que me rodea, y de aquello que intuyo o presiento, o de aquello que me atemoriza y no entiendo, y de lo que soy o de lo que me gustaría ser. O de lo que supuestamente fui, o dicen que fui…
Me gustaría poder llegar a conseguir un efecto de liberación psíquica, como para consolidar de algún modo mis precarias, mis casi inexistentes defensas…
Nada más insoportable que un libro con confesiones adolescentes…
Acompaño a Temístocles a cobrar a Editorial Novaro, en San Bartolo Naucalpan. El hace traducciones de revistas de historietas, como Superman o Tom y Jerry, lo que no es fácil, pues debe ajustar el texto en español al espacio que permiten los globitos que indican lo que dice cada personaje. Con frecuencia los villanos de Superman se llaman Monsi, por Monsiváis, o Sofo, por mí, y hasta hay un ratoncito que también alude a mi nombre y al que le puso Sifo. Con el dinero de las traducciones de esta semana, Temístocles me invita a comer al restorán Zodíaco, en la Zona Rosa. Sin duda es mi mejor amigo.
Invierto la mañana interminable mirando por la ventana. De pronto aparece Herodotita que avanza hacia la casa de Tatiana y toca en la puerta. He aguardado pacientemente: La ventana indiscreta. Después de unos minutos salen las dos y yo bajo las escaleras precipitado y confundido para simular un encuentro casual: me siento en la banqueta y adopto un gesto displicente. Ellas tardan en salir. ¿Habrán ido a otra parte? Cuando por fin aparecen Tatiana me invita a la Iglesia. Uf, me niego a ir. La cera me da alergia, mi padre está por llegar, no estoy vestido adecuadamente. No me creen y se despiden, y yo regreso a casa a desayunar. Mi hermano me invita al Cine Club de Filosofía. Pasan una película de Bresson, y me cuenta que Bresson habló en una entrevista de “la fuerza eyaculatoria del ojo”. No puedo decirle que no, acepto acompañarlo y por el camino ajusto el proyecto para el total abandono de Tatiana. Mi hermano se alegra. Ella no le gusta, o le gusta para él y no para mí.
Tatiana: debes gastar lo que te dio la Madre Naturaleza antes de que te lo quite el Padre Tiempo…
Montar una película, dice Bresson “es enlazar a las personas unas con otras y con los objetos a través de las miradas”…
Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos sino sus miradas. ¿Razón por la que uno se equivoca sobre el color de los ojos?
Adivinación, dice de nuevo Bresson, “esta palabra. ¿Cómo no asociarla con las dos máquinas sublimes de las que me sirvo en mi trabajo? Cámara y grabadora, llévenme lejos de la inteligencia que todo lo complica”…
Al volver a casa Tatiana aparece deshaciéndose en amabilidad y me da un beso en la mejilla. Huele a incienso. Todo el tiempo pongo mi mejor cara de enojado para rechazarla, arrugo el entrecejo, endurezco la mirada, forzo los labios en un permanente rictus de desprecio. Bah. Me pide que la acompañe a la tienda de la esquina. Nos despedimos de mi hermano que pasa.
--¿Qué vamos a comprar?
--Nada…
Sonrío con la ocurrencia. Le digo que he padecido un ansia incontrolable de
golpearla.
--¡Pégame! –dice.
--No, no puedo…
--¿Por qué?
--No vale la pena…
Pero cuatro pasos más y vuelvo al ataque.
--También me dan ganas de morderte, de arañarte, o más bien de deshollarte, de retorcerte y luego comerte. Un deseo frenético de devorarte y después limpiarme los dientes con la astilla de uno de tus huesos…
--Pues cómeme –acepta y ofrece su brazo mordisqueable.
--Tampoco puedo…
--¿Por qué?
--Se me quitó el hambre…
Hinco los dedos de una de mis manos sobre su hombro derecho y la rasguño profundamente hasta el codo. Casi alcanzo a oír el rechinar de mis uñas.
--Te amo –murmura, y se acaricia el brazo rasguñado arrugando su carita por el dolor, pero también contenta, como si fuera a reír.
--¡Carajo! –protesto, como si me hubiera gustado que se quejara.
--Bueno, me tengo que ir…
Quedamos de vernos más tarde, sin precisar ninguna hora.
Cada vez con más fuerza quiero intentar convertirme en un lobo.
Pasión: Estado de tensión absoluta de un ser hacia otro ser que encarna sus razones de vivir, y al que subordina su concepción del universo hasta en los más ínfimos detalles. “La verdad en un alma y un cuerpo”, decía Rimbaud.
A las cinco viene Temístocles y conversamos bajo el quicio de la puerta. Mi perra olfatea todos los árboles y las llantas de los coches estacionados. Llega Tatiana con su familia en la camioneta de su papá, y apenas se bajan, ella espera a que todos entren en su casa y viene hacia nosotros. Me llama mi abuelita. Tiene hambre y debo subirle de cenar. Cuando salgo de nuevo Tatiana ríe con Temístocles, seguramente coquetea, cierra algún trato, conviene encontrarlo otro día, al salir de la escuela. Pero apenas aparezco se va. Lo de la cita me lo cuenta él, sinceramente regocijado. ¿Estará mintiendo?
Más tarde estoy jugando pelota con las amigas de mi hermana y aparece Tatiana invitándome a caminar.
Parece que no hago más que reprocharle cosas.
Ella me pide que calle: le duelen mis palabras.
--No hay nada más terrible que las palabras –le digo orgulloso--. Pegarte… Eso sí que sería faltarte al respeto. Pero hablar… Hablamos para reconocernos, para perder el miedo de acercarnos, para tantear posibilidades, arriesgar lo posible, es decir nuestra realidad primera y última…
Ella se detiene y me besa.
Yo no aflojo los labios, tenso, no entreabro la boca, no cedo al beso.
--¿Y después de esto qué? Esperar que otra vez se te ocurra plantarme para salir con la babosa de Herodotita, o ver impasible cómo te citas con mis amigos en mis meras narices, ¿poner la otra mejilla? Y después otras tres cuatro veces y de nuevo poner la mejilla… ¡Hasta que se me acaben todas las mejillas!…
--Nada más tienes dos –arriesga tímidamente.
--Entonces se me acabaran pronto…
Estoy acalorado. La discusión me hace circular la sangre más rápido. Entonces nos besamos, francamente con desfachatez, con furia, con pasión. Le acaricio los senos bajo la ropa, ay. Y a pesar de esto no quedamos de vernos sino hasta el martes. Mis manos tibias. Regresamos al oscurecer. En esta época del año oscurece muy tarde, más allá de las 7:30. Mi padre diría las 19:30. No tengo reloj, se lo presté a Temístocles.
En la puerta de mi casa están mis hermanos esperando un taxi. Baja mi madrastra y me dice que va a dar una vuelta con sus hijos. Le hace duros reproches a mi padre.
--Yo trabajo –se queja--. Me paso diez horas diarias en un hospital para poder pagar todo lo que debemos. Desgraciadamente estoy ahogada en deudas, si no, me iba inmediatamente, ponía mi propia casa. Y por si fuera poco hace una semana me llegó una carta, un anónimo yhablando de las infidelidades de tu padre, y hoy otra carta de Marina, nada menos que de Marina. Es imposible ya, mira, aquí las tengo. Yo no puedo soportar más...
Abre su bolso y de un montón de papeles saca uno más arrugado que los demás. Alcanzo a ver el sobre. Yo lo recibí cuando llegó. Si hubiera sabido…
Señora, dice la carta, una página mal arrancada de un cuaderno cuadriculado, creemos nuestro deber ponerla alerta…Busco la firma. Un lacónico asta luego.
Un anónimo es un puñal construído con palabras, pero generalmente tan mal construído, tan, tan mal construído, que causa toda clase de estropicios…
La carta de Marina es más tranquilizante. Si la hoja del anónimo la arrancaron con la mano, a la de ella la ajustaron, le dieron forma con un cuchillo. Debe haber formado parte de una bolsa de pan, y resultó bastante irregular. Por si fuera poco aparece escrita a veces con lápiz y a veces con bolígrafo, con letras de dos renglones de alto que no respetan ninguna horizontalidad, para no hablar de discreción, o de dignidad, o de honor. Se las devuelvo con rapidez, como si me fueran a contagiar una enfermedad, un poco asustado. Ella me cuenta lo que dicen, hasta que llega el taxi.
--Es una señora que ha venido a lavarme los trastes –dice--, y que tu papá la quiere mucho, y que han ido al cine, y que el día de su santo le llevó serenata… Tu padre ahora sí que ya ni la amuela…
Cuando el taxi parte me siento culpable, como si yo hubiera cometido un delito. ¿Qué tiene de malo ir al cine? ¿O llevar serenata? Y la verdad es que esta Marina está bastante guapa…
Tomo dos frascos vacíos de refresco y voy a la tienda, pero al cruzar frente a la casa de Tatiana veo salir a su familia y falta ella. Espero a que la camioneta se pierda de vista y toco el timbre. Abre Tatiana en bata.
--Estaba acostada –dice.
No la dejo continuar, la beso, la abrazo desesperadamente, la beso y se le abre la bata. Esta desnuda debajo de la bata. Con el pie alcanzo a cerrar la puerta. La trato de arrastrar hacia su recámara, pero caemos al suelo, se caen las botellas vacías de refresco. Es como si buscara a otra mujer adentro de ella, como si quisiera oprimirla, o desgarrarla para hacer brotar a otra mujer. Cuando la dejo respirar, advierte:
--Mis padres no deben tardar, nada más fueron a dejar a mi tía polaca…
Una de sus tías es polaca y la otra checoeslovaca. Su mamá es judía rusa y su papá también es polaco. Se oyen los frenos de la camioneta. Recojo mis botellas y me escondo tras la puerta, para escabullirme apenas entren, sin que me descubran.
Termino comprando dos coca-colas terriblemente agitado. Luego subo a mi cuarto dispuesto a leer Las tribulaciones del estudiante Törless, libro estrujante y provocador.
Mi padre llega como a las nueve. Me mira, deambula alrededor de mí, quiere decirme algo pero no se atreve, sondea, dice algo así como:
--Lo que no sabe defender como esposa lo quiere defender como…
Pierdo sus últimas palabras.
Tengo hambre y no hay nada de comer. Me enfundo en mi amada gabardina a lo Humprey Bogart y salgo a comprar tortas. En mis manos siento todavía la temperatura de la piel de Tatiana. Mi padre mira televisión. Parece realmente interesado en las aventuras de Peter Gun…
Apenas acabo de regresar cuando llegan mi madrastra y mis hermanos en un taxi. Cargo a la niña y la acuesto sobre el sillón. Venía dormida. Mi hermano ni siquiera saluda y se encierra en su cuarto. Mi padre y su esposa se encierran por su parte e inician una discusión acalorada como si hubiera sonado una campana y se iniciara un nuevo raund. A veces salpican su gritería con palabras en otros idiomas. Pongo un disco de jazz a todo volumen y ni siquiera me reclaman. La perra está nerviosa, no consigue dormir, da vueltas y vueltas, como si tuviera que decidirse y tomar partido. Creo que todo se calma como a la 1:30. Mi padre ronca.
Perfume: Composición química de olor agradable y seductor. El elemento adherente de los perfumes procede de ingredientes animales, extraídos de las secreciones sexuales del macho. Los olores corporales estimulados por el uso de los perfumes son afrodisíacos. Según los osmólogos, las cinco partes del cuerpo más erógenas en su seducción olfativa son las sienes, el cuello, las muñecas, la articulación de la rodilla y el lóbulo de la oreja. El olfato, escribió Rousseau, es el sentido de la imaginación.
El miércoles me levanto como a las 10 y acudo a encontrarme con Tatiana. La espero media hora en la librería Zaplana de San Juan de Letrán. Ella llega puntual, soy yo quien llegó antes. Caminamos mucho. Hace calor. Yo satisfecho porque encontré un nuevo libro de Broch que andaba buscando desde hace mucho, y además apareció la nueva Revista de Literatura Mexicana con un fragmento de una nueva novela de Carlos Fuentes.
Tatiana resuelve que realmente la odio porque prefiero hablar de libros y no de ella. No la contradigo. Gastamos 11 pesos en un restorán, y al llegar a la calle de Ejército Nacional, me despido y la dejo seguir sola hasta su casa.
En la mía mi padre está filmando una película en 16mm. Me pongo un pollo en la cabeza y salgo bailando. Todos participan en este alboroto, menos mi madrastra. Mi padre me asusta al decirme que quiere tomarme una foto junto a su coche, y cambia la cámara de cine por una de fotografías. Salimos, y mientras enfoca su cámara, o finge enfocarla, me pide ayuda.
--Siempre se va. A ver si tú la puedes convencer, carajo. Le hace caso a cualquier anónimo. Marina ni siquiera sabe escribir…
--A mí no me digas nada –le digo--. No me debes explicaciones… Por mí no te preocupes, deveras. Yo estoy contigo…
Se organiza la cena. Mi madrastra sirve los platos pero no se sienta a la mesa. Sube y baja las escaleras. Camina de un lado a otro en el piso de arriba hablando en voz baja consigo misma. Distingo la palabra infeliz, dicha con ira, y algunas otras expresiones que no entiendo. Mi padre cena en silencio. Cuando termina y pasa una servilleta por sus labios, antes de levantarse, dice que ya no comprará el departamento en condominio, que va a devolver el contrato. La compra la iban a hacer entre los dos…
La perra aúlla…
Ay, si pudiera convertir mi cuerpo en el cuerpo de un lobo…
Cambio la concepción de mi novela Mi vida entre los humanos. O quizás sería mejor decir Los perros jóvenes, o Mi proyecto. En torno de un hecho central: Sofocles en la cárcel, por ejemplo, el día de visitas: las reacciones de un grupo de muchachos y muchachas entre los 14 y los 17 años de edad. Soy incapaz de creer que en lo llamado trabajo literario, las cosas puedan aclararse, siquiera algunas cosas, ciertos acontecimientos (digamos). En mis frases, ya que no se podría en ninguna otra parte, la tradición señala que va a saberse casi de qué se trata. Pero yo no lo creo. Si escribo bien, terminaré diciendo lo que la gramática me permita, no lo que verdaderamente quiero decir. Es como si mi vida corriera al margen de la lengua, cierta clase de vida que no es transformable en palabras, y que es precisamente la que yo quiero contar…
Ahora sí que basta de novelas realistas poseídas por el ánimo de la costumbre, poseídas por el ánimo de lo verosímil, de lo cronológico, de las apariencias. ¡Satisfechas en su imitación chata de la vida! Yo tengo propósitos absolutamente distintos…
Para empezar que mi novela sea vida ella misma, riesgo, equivocaciones, aventuras…
El vampiro de Düsseldorf: Peter Kuerten (1883-1931). Famoso asesino. Confesó 23 asesinatos pero fue ejecutado sólo por 9 de ellos. “No he matado para violar. He matado y violado para vengarme de la mezquindad de la humanidad, de su maldad, de su egoísmo. Pero cuando la idea de matar se apoderaba de mí, no se separaba del deseo de mancillar a mis víctimas”.
Sofocles muere al caer en las astas de una lavadora.
Se me ocurre que la tía polaca, en mi libro, sea una fanática católica, y que la tía checoeslovaca, sea evangelista o protestante. Tatiana no se llamará Tatiana, sino Greta. Su padre en vez de tener una fábrica de bolsas de polietileno, será taxista. A Temístocles le pienso poner Vulbo.
Sofocles muy contento porque a Greta le ha llegado su menstruación.
Sofocles se orina en su pantalón, de pie frente a su casa. ¿Por qué no? Está contento, casi encantado, con temor casi de moverse y romper ese encantamiento.
Despierto y miro la hora. Oigo a mi padre discutiendo con su esposa. ¿Nunca descansan? Pero cuando entro a bañarme advierto que no están. Sus voces eran fantasmas. Estoy tan acostumbrado a oírlos discutir que los oigo aún cuando no están. La hermosa voz grave de mi padre (su felicidad está en escucharse), y la de mi madrastra en un reproche permanente, demasiado alta, de mal gusto, casi un chillido.
Sus voces flotan en la casa.
Beso: Aplicación de los labios sobre los labios del ser amado con el fin de un regodeo y de hacer una ligera succión, permitiendo el juego acariciador de las lenguas. Deben cerrase los ojos para no distraer al sentido del tacto, “que se pavonea secretamente” (Jean-Claude Silbermann).
Recitan los nombres de los nuevos becarios del Centro Mexicano de Escritores en la televisión. Como es obvio, yo no estoy, y había depositado grandes esperanzas en ganar esa beca. Pero como era de esperarse no califiqué. Sensación terrible de inseguridad, de vulnerabilidad, de frustración. Necesidad de soluciones rápidas, confirmaciones, certezas. ¿Me suicido o encuentro un trabajo? ¿Por qué no viene nadie a ofrecerme un trabajo?
Mi libro debe dar la impresión de un campo en ruinas.